Música: Armando Rosas.
Intérprete: Armando Rosas y La Camerata Rupestre.
Disco: La evolución de las especies.
de la existencia,
y con eso niego
la experiencia,
niego vida y arte,
niego la ciencia.
Soy educación,
soy un sistema, sí,
un muchacho lindo,
bien educado,
que deja morir
todo a su lado.
Soy la negación
de lo negado,
soy engaño vil,
soy engañado,
y no estoy
avergonzado.
Soy la negación
de lo negado,
soy engaño vil,
soy engañado,
y no estoy
avergonzado.
Soy inquisidor
de la existencia,
y con eso niego, ¡ay!,
la experiencia,
niego vida y arte,
niego la ciencia.
Soy educación,
soy un sistema, sí,
un muchacho lindo,
bien, bien, bien educado,
que deja morir
todo a su lado.
Soy la negación
de lo negado,
soy engaño vil,
soy engañado,
y no estoy
avergonzado.
Soy la negación
de lo negado,
soy engaño vil,
soy engañado,
y no estoy
avergonzado.

Ya expliqué el motivo por el que decidí dejar fuera de esta lista las canciones que en realidad son musicalizaciones de poemas. A muerte pareciera este mismo caso, pero Alain Derbez no sólo es escritor, sino también músico, un saxofonista de jazz, en grupos como La cocina y otros por ahí. Por ello, en realidad se trata de una obra escrita entre dos personas que tomaron contacto directo, y no una musicalización a la distancia, física o temporal. Por si eso fuera poco, para quienes conocen la obra poética de Alain Derbez queda claro que aquí no se trata de un poema, sino de una verdadera letra de canción. Si bien la segunda es una variante del primero, sí hay diferencias importantes. Pese a que un poema puede ser musicalizado, por poseer un ritmo, y en muchos casos una métrica regular, su finalidad no es estrictamente musical. Por eso, un poema en versos libres requerirá no sólo un esfuerzo titánico si se musicaliza, sino que seguramente el resultado sonará forzado, inconexo con la melodía. La letra de canción, en cambio, está pensada para insertarse en una música que la enriquezca y redefina; por ello, se permite más licencias métricas, rítmicas y hasta gramaticales, pero al mismo tiempo requiere una regularidad suficiente para aceptar una estructura musical más o menos reconocible. Así, basta comparar un poema de Alain Derbez con esta letra de canción para notar las diferencias, y es por esto que puede aparecer en esta lista. Por poner un solo ejemplo, las rimas fáciles de A muerte, es decir, hechas con verbos (en este caso, participios), toleradas en una letra de canción (aunque un compositor también puede ser exigente con ello y evitarlas), serían impensables en un poema medianamente digno, y eso lo saben Derbez y cualquier poeta auténtico.
A muerte es una especie de manifiesto, de ideario. Es decir, más que un autorretrato, es una advertencia: “soy así, soy todo esto, ustedes sabrán cómo lo toman”. Tiene algo de desafío, una necesidad de afirmarse ante los demás. Parece seguir la línea de John Lennon, cuando dice: “nada va a cambiar mi mundo”. Entonces, A muerte sigue una tradición muy propia del blues de Muddy Waters, Robert Johnson, Big Mama Thornton, Elmore James y aun el primer Chuck Berry, que escribían canciones que advertían no sólo lo que se es, sino la fidelidad a la esencia propia, para terminar diciendo, palabras más, palabras menos: “tú sabrás si me tomas o me dejas, baby”. No obstante, lo que en el blues es picardía y fanfarronería campirana, de algodonal y pueblo raquítico, en Alain Derbez adquiere un tono y lenguaje más intelectual y contemporáneo, incluso urbano, de megalópolis. En A muerte, a diferencia de los blueses, no es ese desafío lo realmente importante, sino la aceptación de lo que uno es; incluso cierto orgullo de tomar, como decía Robert Frost, “el camino menos transitado”.
La música e interpretación de Armando Rosas y La Camerata Rupestre son maravillosas. Armando es un especialista en musicalizar textos y poemas. Ya mencionamos su trabajo con Rafael Catana, pero habría que agregar la aún inédita Querencia, dolencia y apetencia, poema de Miguel Hernández, y desde la interpretación, La saltapared, poema de Ramón López Velarde, cantado por Hebe Rosell y Betsy Pecanins, musicalizado por Eduardo Langagne (si mal no recuerdo), y con la misma Camerata Rupestre tocando. En A muerte suena, primero, una especie de juego verbal, parodiando los diálogos de espiral infinita entre amigos alcoholizados; todo un guiño humorístico, irreverente. Después, en gran contraste, suena la guitarra acústica clásica de Armando Rosas, que, en una adaptación para guitarra clásica, interpreta las primeras notas del Tercer movimiento (courante) de la Suite para Cello N° 1 en Sol Mayor (BWV 1007) de Johann Sebastian Bach. Y por si la sorpresa fuera poca, de inmediato entra el cello de Javier Platas, primero, y después el violín de Javier Guillén El paparrín, en una introducción de dueto de cuerdas simplemente magistral, hasta que revienta en el arreglo total, que incluye el bajo de Mario Mota y una batería electrónica, en esa mezcla de rock y música clásica que sólo La Camerata Rupestre ha ensayado en México, llena de referencias casi paródicas a su propia formación profesional de músicos clásicos. Rosas canta con su estilo de voz nasal, poniendo fuerza, pero sin excederse, como sugiere el espíritu aguerrido, pero no solemne, de la letra.
El resultado de todo esto es una pieza riquísima en matices, intensa y liviana al mismo tiempo, con armonías impecables de las cuerdas y un final suave, muy disfrutable. Una gran canción compuesta al alimón por dos músicos de gran altura.
A muerte es una especie de manifiesto, de ideario. Es decir, más que un autorretrato, es una advertencia: “soy así, soy todo esto, ustedes sabrán cómo lo toman”. Tiene algo de desafío, una necesidad de afirmarse ante los demás. Parece seguir la línea de John Lennon, cuando dice: “nada va a cambiar mi mundo”. Entonces, A muerte sigue una tradición muy propia del blues de Muddy Waters, Robert Johnson, Big Mama Thornton, Elmore James y aun el primer Chuck Berry, que escribían canciones que advertían no sólo lo que se es, sino la fidelidad a la esencia propia, para terminar diciendo, palabras más, palabras menos: “tú sabrás si me tomas o me dejas, baby”. No obstante, lo que en el blues es picardía y fanfarronería campirana, de algodonal y pueblo raquítico, en Alain Derbez adquiere un tono y lenguaje más intelectual y contemporáneo, incluso urbano, de megalópolis. En A muerte, a diferencia de los blueses, no es ese desafío lo realmente importante, sino la aceptación de lo que uno es; incluso cierto orgullo de tomar, como decía Robert Frost, “el camino menos transitado”.
La música e interpretación de Armando Rosas y La Camerata Rupestre son maravillosas. Armando es un especialista en musicalizar textos y poemas. Ya mencionamos su trabajo con Rafael Catana, pero habría que agregar la aún inédita Querencia, dolencia y apetencia, poema de Miguel Hernández, y desde la interpretación, La saltapared, poema de Ramón López Velarde, cantado por Hebe Rosell y Betsy Pecanins, musicalizado por Eduardo Langagne (si mal no recuerdo), y con la misma Camerata Rupestre tocando. En A muerte suena, primero, una especie de juego verbal, parodiando los diálogos de espiral infinita entre amigos alcoholizados; todo un guiño humorístico, irreverente. Después, en gran contraste, suena la guitarra acústica clásica de Armando Rosas, que, en una adaptación para guitarra clásica, interpreta las primeras notas del Tercer movimiento (courante) de la Suite para Cello N° 1 en Sol Mayor (BWV 1007) de Johann Sebastian Bach. Y por si la sorpresa fuera poca, de inmediato entra el cello de Javier Platas, primero, y después el violín de Javier Guillén El paparrín, en una introducción de dueto de cuerdas simplemente magistral, hasta que revienta en el arreglo total, que incluye el bajo de Mario Mota y una batería electrónica, en esa mezcla de rock y música clásica que sólo La Camerata Rupestre ha ensayado en México, llena de referencias casi paródicas a su propia formación profesional de músicos clásicos. Rosas canta con su estilo de voz nasal, poniendo fuerza, pero sin excederse, como sugiere el espíritu aguerrido, pero no solemne, de la letra.
El resultado de todo esto es una pieza riquísima en matices, intensa y liviana al mismo tiempo, con armonías impecables de las cuerdas y un final suave, muy disfrutable. Una gran canción compuesta al alimón por dos músicos de gran altura.
