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domingo, 23 de mayo de 2010

40. PADRE, PADRE

Letra y música: Jorge Jufresa.
Intérprete: On’tá.
Disco: Vuelta a la izquierda prohibida en Revolución.



Padre, padre,
me dijeron que estás contento
desde que laboro pa’ mi sustento;
si bien de manera extravagante,
con tenerme lejos es bastante.
¿Quién puede ahora obligarte
a volver la mirada sobre ti?

Padre, padre,
yo también estoy contento
laborando, acá, pa’ mi sustento.
Me vuelvo eso que tú llamas hombre;
si bien te aviso, pa’ que no te asombre
encontrar que el que lleva tu nombre
procura parecerse lo menos a ti.

Padre, pobre de ti.
Yo no sé que sueños usaste en mi pellejo,
que ahora deba sorprenderte, viejo, el despertar
de mi albedrío.

Padre, padre,
¿que me nombras —me contaron—
como ejemplo para mis hermanos?
Si bien no comulgas con mi ambiente,
por lo menos yo soy independiente.
Yo pregunto: ¿qué oscuro accidente
nubló con tanta prole tu alegre vivir?

Padre, padre,
me dijeron que progresas,
que en la casa ya nadie alza cabeza.
Tu noble firmeza me deslumbra
—bien se dice que uno a todo se acostumbra—.
Haremos grabar en tu tumba:
“aquí duerme aquel padre que supo cumplir”.

Padre, pobre de mí:
ateo, agitador y enfermo de música,
¿qué puede llegar a valer mi rúbrica?
Padre…


Como dijimos antes, el grupo On’tá es uno de los fundadores del nuevo rock mexicano posterior a Avándaro. Aunque hay quien lo considera más cercano a la trova y al Canto nuevo, no hay duda que sus temas, letras, música y arreglos ya marcan un aire fronterizo entre esas corrientes musicales y el rock. Canciones como La limosna y Te quiero, me cae así lo demuestran. Pero sin duda es Padre, padre la canción más representativa de su línea rockera. En ella, el viejo conflicto generacional padre-hijo es el punto central. Otras canciones han explorado el tema, como Córtate esas greñas de Choluis, Chavo de onda de Three Souls in my Mind y, en cierto modo, extremo, Laura de Mamá-Z. Pero lo que en esas canciones es motivo de ironía, en Padre, padre es mucho más duro. Es curioso, porque un tema tan propicio para el rock, hecho por jóvenes, que ha provocado grandes canciones, como My generation de The Who o las dos Mother —la de John Lennon y la de Pink Floyd—, o películas como Rebelde sin causa de Nicholas Ray, Semilla de maldad de Richard Brooks o El salvaje de Laslo Benedek, en el rock mexicano apenas aparece. Por eso, sin duda Padre, padre es la canción más profunda sobre el tema.
Su lenguaje es directo, mucho más centrado en lo conceptista que en lo culterano, para usar los términos del Barroco. Sin embargo, no deja de existir un trabajo formal, sobre todo en el cuidado de las rimas, tanto asonantes como consonantes (típica licencia de la letra de canción frente al más riguroso poema, como ya hemos explicado), que pueden comprobarse fácilmente. Lo mismo puede decirse sobre la estructura de las estrofas, de notoria similitud, tanto métrica como en el número de versos. Sobre el conflicto generacional en sí, hay poco que explicar: la letra es clara, se explica sola. Lógicamente, la desarrolla en primera persona un narrador personaje: el hijo. Prácticamente todas las canciones sobre el tema escogen este recurso, pues así el conflicto se siente mucho más familiar, cercano y real.
La música de Padre, padre incluye una verdadera proeza. La canción se desarrolla como una melodía de cierto estilo de trova, en tono menor. Los instrumentos, perfectamente ejecutados, incluyen una flauta traversa poderosa, de gran soltura. Pero luego del primer estribillo, la música rompe, casi se estanca en sonidos asonantes primero, que después revientan en un gran arreglo de jazz puro, absolutamente magistral, con un bajo tocado al estilo del contrabajo (si no es que se trata realmente del segundo instrumento, pues nunca pude obtener el disco original, que quizá lo especifique), de sucesivas notas rápidas, que sostienen un solo de piano maravilloso, apoyado por la batería jazzera clásica, quizá tocada con escobillas además de las tradicionales baquetas, creando así, todos juntos, un intermedio instrumental magnífico, muy potente, que expone el altísimo nivel de todos los ejecutantes. Hasta que el intermedio se detiene, para volver a la melodía principal, de manera natural, grácil. Realmente un momento único en el rock mexicano, que muestra todas las influencias, las herencias musicales que lo han alimentado, lo alimentan y lo seguirán alimentando. Me recuerda esa obra maestra del cuento mexicano: La fiesta brava de José Emilio Pacheco, que incluye un cuento dentro de otro cuento; es decir, el protagonista del cuento escribe a su vez otro cuento, y los personajes que crea se apersonan en su propia realidad. Una auténtica caja china, una muñeca rusa. De manera similar, Padre, padre también incluye una pieza de jazz, que la vuelve una canción dentro de otra canción. Pero no sólo eso, sino que también se trata de un ritmo dentro de otro, muy diferente. Simplemente notable, algo que sólo logró más discretamente Roberto González en Lentejuelas, como ya vimos, y después y en otro sentido Botellita de jerez en El Tlalocman, donde un pieza de música prehispánica marca el intermedio de la fuerte canción de rock que la contiene. La voz en Padre, padre, seguramente de Jorge Jufresa (aunque, como diría Jaime Sabines, no lo sé de cierto), de tono grave y hondo, pero a la vez cálido, desarrolla la letra de modo impecable, acompañado de vez en cuando por segunda voz y algunos coros muy sutiles, de Jesús y Marisa Echavarría. Al final de la canción, una multitud de voces crea un canon ingenioso, similar al de Pequeño Alfredo de Lucerna Diogenis o la ya revisada La barda de Barburia (aunque en ambos casos sólo con dos voces).
Así, Padre, padre, que además representa un espíritu de época, es un auténtico clásico del rock mexicano.

miércoles, 19 de mayo de 2010

23. EL PASTEL

Letra y música: Jesús Echavarría.
Intérprete: Nota Roja.
Disco: Nota Roja.



Esa tarde se rompió de fiebre,
aprisionada en lo sensible de mi piel
—iba yo camino de tu casa,
el sol escurría bajo mis pies—.
“¡Mucho gusto, enfermo al conocerte!”,
te dije, con calor, esa primera vez.

Tú cocinabas en el horno
un gran pastel para la fiesta de un francés;
yo nunca pensé que, al convidarme,
qué sorpresa iba a llevarme:
toda la crema era para él.

Retiré del campo el ego herido,
y te dejé dormir, pendiendo de un reloj.
Hasta el día en que me raspé un recuerdo,
que estaba fijo a tu cintura, y me prendió.

Conseguí llevarte a una reunión;
tú me pediste una canción en español.
Tomábamos ron del mismo vaso,
cuando se quedó mi abrazo
entre la puerta y tu adiós.

Un día en que trataba de enterrarte,
en una fila militante te encontré
—ahogados de entusiasmo solidario,
marchamos varias cuadras juntos, sin hablarnos—.
Me esforcé en apenas saludarte;
te molestó ese “¡camarada!” descortés.

Y es que me he pasado el calendario
en establecimiento diario
de tu amor.
Sin sueños, sin ilusión dorada:
entre tú y yo no ha habido nada,
como no sea esta canción.


Si como On’tá ya habían creado canciones magníficas, pero más cercanas a lo trovadoresco, como la ya analizada Padre, padre, cuando Jorge Jufresa y Jesús Echavarría crearon Nota Roja, la mayor influencia rockera propició un único disco notabilísimo, rico en matices y nuevas propuestas sonoras y letrísticas. El pastel es un ejemplo extraordinario del nivel de inteligencia del grupo. El humor finísimo con el que Jesús Echavarría relata su malogrado amor juvenil, recuerda Marieta de Javier Krahe y Esqueleto de Choluis, pero con un manejo muy superior del lenguaje y los recursos literarios, mucho más intelectual, al estilo del humor de Woody Allen. No podemos dejar de reír ante la pequeña tragedia de la relación frustrada, que nunca tuvo esperanzas reales, y que se topó una y otra vez con reveses cercanos al ridículo para el protagonista. Si Ramón Gómez de la Serna definió su propia creación, la greguería, como “humor+metáfora”, la misma fórmula puede aplicarse para definir El pastel, pues la ironía sutil que encierra se plasma con un lenguaje poético rico, imaginativo y bello, con gran elipsis narrativa y metáforas y prosopopeyas redondas, realmente perfectas. ¿Quién no tiene un fracaso amoroso similar, un ridículo semejante, una historia de amor que nunca tuvo ninguna posibilidad? Pero el nivel de la rola no se centra en lo familiar que resulta la experiencia que relata, sino en la sutileza fina, la manera de reírse de sí mismo, el control absoluto de las imágenes que emplea el compositor, un verdadero prodigio estilístico.
Al igual que en la ya revisada Pastel Artaud de Mamá-Z, aquí el pastel es el símbolo que resume lo inalcanzable del éxito con esa mujer que es pura distancia, lo ajeno personificado. Recibir una rebanada, que es sólo una limosna, y notar que toda la crema se la sirvió a otro, es de una crueldad hilarante, pero cercanísima, cotidiana, el pastel nuestro de cada día, sobre todo para el romántico empedernido, anacrónico, sin cabida en el mundo contemporáneo. Así, El pastel es un nuevo Quijote de la Mancha, pero aquí la Dulcinea es más que un espejismo: es la realidad, la posibilidad, pero siempre de otro, en esta versión nueva y tragicómica del suplicio de Tántalo. Al final, como en Por el camino de Swann de Proust, la ironía mayor es haber perdido el alma, el corazón y el seso por una persona “que ni siquiera era mi tipo”, como se muestra una y otra vez a lo largo de todas los episodios chuscos de El pastel.
Pero si el humor de la letra es brillante, la melodía y el arreglo que la acompañan son maravillosos, no podían ser más coherentes con su naturaleza. Una vez más estamos ante una especie de fox trot, dixieland o charleston, como vimos al hablar de El abordaje de Fernando Delgadillo, y que también recuerda When I’m sixty-four y Honey pie de los Beatles, Canción del maleante de La Nopalera, A mi mujer de Lucerna Diogenis, Mi más viejo amor de Armando Rosas y La Camerata Rupestre, No te hagas de El Personal y hasta las que lo fusionan con el folk como I-Feel-Like-I'm-Fixin'-to-Die de Country Joe and The Fish y The 59th Street Bridge song (feelin' groovy) de Simon & Garfunkel. Sólo que quizá en El pastel la instrumentación de Nota Roja es más ambiciosa, más amplia, que en las otras canciones semejantes del rock mexicano. Los alientos, la guitarra eléctrica, el piano, sostienen el armazón de la melodía, y le imprimen una ligereza, una amenidad muy disfrutables. Además, la voz de Jesús Echavarría no podía ser más adecuada: fresca, festiva, cristalina, comparable a la de Arturo Cipriano o el mejor Francisco Barrios El mastuerzo en timbre y modulación.
Por lo tanto, El pastel es una canción logradísima, prácticamente sin imperfecciones, una verdadera lección de inteligencia y talento para los rockeros mexicanos. Una canción que debería ser un clásico, lamentablemente poco conocida, en una más de las contradicciones de la música nacional.