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jueves, 27 de mayo de 2010

58. CORAZÓN DE CACTO

Letra, música e intérprete: Jaime López.
Disco: 1ª calle de la Soledad.
También existe una versión de
Cecilia Toussaint, en su disco Arpía.


Noche tras noche, el amor, con distinta piel,
envolvió al velador trasnochado de mi corazón.
Noche tras noche, al saciar el sueño su sed,
deja un beso distinto en los labios de mi soledad.

El amor, como un nubarrón,
llueve recio y tupido, y luego se va;
y si llega a quedarse, se va evaporando,
se va.

Sorbo tras sorbo, en el fondo del viejo bar,
absorbiendo el amor, gota a gota, está un corazón.
Sorbo tras sorbo, en el bache del eje vial,
trasplantado te veo en el desierto de esta ciudad.

El amor, como un nubarrón,
llueve recio y tupido, y luego se va;
y si llega a quedarse, se va evaporando,
se va.

Ese beso, que ya se secó,
todavía crepita, se crispa y palpita en un corazón.
Corazón de cacto, tacto de asfalto,
corazón de cacto, tacto de asfalto,
sigue guardando beso tras beso,
que ya lloverá,
ya lloverá.

Noche tras noche, el amor, con distinta piel,
envolvió al velador trasnochado de mi corazón.
Noche tras noche, al saciar el sueño su sed,
deja un beso distinto en los labios de mi soledad.

El amor, como un nubarrón,
llueve recio y tupido, y luego se va;
y si llega a quedarse, se va evaporando,
se va,
se va,
se va,
el amor.


Corazón de cacto es otra de las grandes canciones de amor del rock mexicano, a pesar de que su arreglo la hace más potente y agresiva que la balada-rock de amor tradicional. Jaime López vuelve a cambiar de ruta, y ahora se pone más serio, más íntimo. La mutabilidad del amor, su fragilidad, su eterno retorno, son los aspectos que López toca en esta rola. Esta vez no hay esperanza ni desesperanza completas: la realidad del amor contemporáneo es así, líquido, casi vaporoso, inabarcable. Si ya lo había tratado en la canción En toda la extensión de la palabra amor, aquí la fugacidad de los encuentros es la piedra de tope y definición del sentimiento, y su continuo renacer y morir, agotador, no deja lugar a otra cosa que la aceptación: así son las cosas, y nada más. A través de la alegoría sostenida entre la lluvia y la aridez del corazón de cacto, Jaime López elabora juegos de palabras, juegos fonéticos y metáforas, pero sobre todo una reflexión sobre la no permanencia, la soledad que de cuando en cuando (de relación en relación) se enmascara, pero que sigue definiendo al ser humano contemporáneo. Así, Corazón de cacto es un buen análisis de la condición del amor en nuestro tiempo.
El arreglo de Corazón de cacto es uno de los mejores que ha grabado Jaime. Lleno de detalles, sobresale el rasgueo de la guitarra acústica rítmica, un bajo muy notable, más los teclados y el grupo de metales, que llenan y amplifican los énfasis del ritmo y la emoción. La voz de López es fuerte aquí, más controlada y seria; sólo al final se suelta un poco y vuelve a sus jugueteos habituales, pero ya la canción se está yendo, en fade out.
Así, Corazón de cacto es una canción de amor, sí, pero mucho más viva, más intensa, como si buscara taladrar esa noche inabarcable que describe, que acompaña las reflexiones amorosas, que ya ni llegan a decepción, del protagonista.

jueves, 20 de mayo de 2010

28. 1ª CALLE DE LA SOLEDAD

Letra, música e intérprete: Jaime López.
Disco: 1ª calle de la Soledad.
También existe una versión de
Cecilia Toussaint, en su disco Arpía.


Tal vez te suene esta tonada como transistorizada,
entonada por la laringitis del escape,
pero así suena en la tatema cuando vas a La Merced.

Tal vez te suenen mis palabras a humedad ahumada urbana,
tan cascadas por la sinusitis que contraje,
pero te traje escaparates, ¡ya le va!, pa’ su merced.

Desde el taxi, recorriendo medio sueldo,
veo al sol detrás, viajando de mosca,
llegando tarde a la chamba a chambear,
en la 1ª calle de la Soledad.

Quizá te encuentres agüitado a media estaca, trago a trago;
oye, ¡buzo!, enlata tu gastritis —¡buena idea!—,
y si le pegas su etiqueta, a la fayuca llévala a vender.

Si ya tu chava no te pela, ponle a tus zapatos suelas,
que es consuelo andar con peatonitis, pie de atleta,
y si te cansas, en la esquina ponle un veinte al 03, ¿cómo la ves?

Mete un metro en el boleto anaranjado;
a media realidad, te bajas —¡qué país!—;
detrás del Palacio Nacional,
está la 1ª calle de la Soledad.

Tal vez te suene esta tonada como transistorizada,
entonada por la laringitis del escape,
pero así suena en la tatema cuando vas a La Merced.

Si ya tu víscera cardiaca cacarea, queja a queja,
la Doctora Corazón de perdis te remienda,
y si de a devis te desvela La llorona, pss… te hace bien.
¡Órale pues! Va de nuez:

Desde el taxi, recorriendo medio sueldo,
llevo al sol detrás, viajando de mosca,
llegando tarde a la chamba a chambear,
en la 1ª calle,
en la 1ª calle,
en la 1ª calle de la Soledad.


En el principio fue el rock’n’roll, que, al evolucionar, perdió el apellido, y se convirtió en rock, a secas. ¿Qué significó esa pérdida, más allá de la nomenclatura? Primero que todo, que la estructura fija de tres acordes en ritmo de 4/4 dejó de ser esencial, y poco a poco se fue volviendo compleja, amplió sus influencias y búsquedas sonoras, rítmicas, letrísticas. Pero la mayoría de los músicos vuelven de vez en cuando a la vieja estructura, tratando de incorporar variantes, pero conservando el espíritu rocanrolero original, fresco, vibrante, energético y circular. Así, podemos encontrar grandes rocanroles (y blueses) al estilo clásico entre los grupos más ambiciosos del rock. Ahí están I’m down, One after 909 o Revolution de los Beatles, Seamus de Pink Floyd, Hi, hi, hi de Paul McCartney, Roadhouse blues de los Doors, Rock and roll de Led Zeppelin, New York City de John Lennon, etc. Como ya explicamos, esta lista no toma en cuenta la época del rock’n’roll propiamente dicho en México, por ser casi exclusivamente de covers. Pero los músicos más modernos y de todos los géneros (incluido el progresivo) han acudido una y otra vez al rock’n’roll, innovando sobre lo clásico. Podemos citar Ojo de ballena y Apaga la luz de Guillermo Briseño, El feo de Rockdrigo, Oh, Dennys y El Zarco de Botellita de jerez, Rocanrolas domésticas, El enredo y Treintañeros de Carlos Arellano, La élite de Lucerna Diogenis, Cuentos del miedo de Gerardo Enciso, Blues de los 5 pesos de Tierra baldía, En México me quedo de Hebe Rosell, No y No hubo modo de Mamá-Z, Brindis por un difunto, Susana y Te regalo mi sombra de Roberto Ponce, El diablo y yo de Iván Rosas, Toca un rock’n’roll y Pájaro loco de Real de Catorce, El gato y Alguien de Roberto González, Juan Camaney de Trolebús, y un larguísimo etcétera. Y ni hablar de los grupos que todavía sustentan su música en el rock’n’roll tradicional, como Naftalina (que toca sólo covers humorísticos), El Tri y casi todo el llamado rock urbano.
Jaime López es de los músicos que más vuelven al rock’n’roll clásico. Rolas como Nunca me he llevado con el pizarrón (cover con letra libre de Johnny B. Goode de Chuck Berry), Puñalada trapera, Tengo la edad del rock’n’roll, Blue Demon blues, Me siento bien pero me siento mal o Caite cadáver así lo demuestran. Pero su obra máxima en esta línea es 1ª calle de la Soledad. Básicamente se trata de un rock’n’roll clásico en La Mayor —quizá el tono más usado en este estilo—, con la ligera variante de una bajada a Fa Mayor en los estribillos, que se regresa a la dominante. En esta rola, Jaime López juega una vez más con el lenguaje, uno de sus recursos más explorados, como ya vimos con Chilanga banda, y en otras canciones, como El Mequetrefe, Caite cadáver y El Malafacha. En 1ª calle de la Soledad nos presenta una estampa, una instantánea de la vida urbana, barriera, centrada en la supervivencia, con ciertos aires picarescos. La idea es sobrellevarla, resistir, envueltos en su lenguaje, su tránsito, y sobre todo la soledad, representada por el símbolo de la calle céntrica con ese nombre, que recuerda la obra de teatro El cuadrante de la Soledad de José Revueltas. Así, 1ª calle de la Soledad es una actualización rocanrolera de Sábado, Distrito Federal de Chava Flores, un pequeño paseo por ese purgatorio asfáltico que es la Ciudad de México, apasionante, límite y dolorosa. López recrea el léxico urbano, pero no al estilo lumpen de Chilanga banda, sino más enfocado a la clase media, que padece la burocracia, el caos, el trajín exprimidor de la chamba y los transportes repletos, la camisa sudada, las relaciones mediocres. Con humor, rima inteligente y original, más los juegos vocales y corales, López crea una rola profundamente energética, vivísima, chispeante. El desahogo de esa realidad conocida se logra con el ritmo y la letra lúdica, de gran inventiva y dominio del léxico citadino. Una más de las proezas lingüísticas de Jaime.
La música de 1ª calle de la Soledad es intensa, rica. Si bien acude al grupo de metales, no suena realmente fonky, sino rocanrolera pura, quizá por el extraordinario solo de guitarra eléctrica, de los mejores del rock mexicano, porque no se basa en su alto nivel de distorsión; al contrario, el efecto elegido es muy claro, así que la velocidad de sus escalas resalta de manera impresionante, en una ejecución técnica de una limpieza muy notable. Los metales hacen figuras, pero no solos, son de soporte, y mesurados, lo que también ayuda a que la rola conserve la línea rocanrolera. Y la voz de Jaime también es más limpia que otras veces, mucho más centrada en la interpretación apasionada que en los jugueteos guturales de otras canciones.
Así, 1ª calle de la Soledad es un rocanrolazo, redondo, impecable, una especie de guiño —sin ninguna intención— a otro fronterizo: Javier Bátiz (siento que mucho de su espíritu se ve en esta rola), que le recuerda lo que hubiera podido llegar a ser (y hacer), de no ser porque siempre fue sólo músico; enorme, pero sólo ejecutante, nunca verdadero compositor. Una verdadera muestra de ingenio absoluto.

miércoles, 19 de mayo de 2010

25. BONZO

Letra, música e intérprete: Jaime López.
Disco: 1ª calle de la Soledad.
También existe otra versión, en el disco de 45 rpm.
Bonzo/Mi amor no sirve de nada.


Me quedé dormido,
con la televisión prendida,
con la radio prendida,
lavadora prendida,
licuadora prendida,
con el cigarro prendido,
y prendí fuego a la casa,
con mis sueños lucidos,
de bonzo, de bonzo…

Se quedó dormida,
con mi conversación prendida,
a la almohada prendida,
con las luces prendidas
y las ganas prendidas;
tan apagada la orilla,
que prendí fuego a la cama,
mientras ella dormía,
de bonzo, de bonzo…

Y me fui al cielo,
poco después de aquel incendio,
con el alma entre el fuego,
con aureola de fuego,
con la cara de fuego;
tan aprehendido por fuego,
que prendí fuego en el cielo:
Dios está en el infierno,
de bonzo, de bonzo…


En más de un sentido, la obra de Jaime López es sorprendente. No sólo lleva el lenguaje a juegos límites, sino que mezcla los ritmos (polka, rock’n’roll, cumbia, trova) cambia las voces, incorpora léxicos, hace crítica política (ya vimos Un curso intensivo y Quítame tu cómic de la vista), retrato urbano (El mequetrefe, Chilanga banda), rescate histórico (Doroteo), irreverencia sexual (Ámame en un hotel, Me siento bien pero me siento mal), etc. Y por supuesto, canciones profundamente humanas (Las caricias de un extraño, Morir como mueres hoy). Nunca se estanca, el mayor riesgo para un artista. No todo lo que produce es impecable, pero sin duda corre más riesgos que cualquier otro rockero mexicano.
Alguna vez un amigo, decepcionado por los resultados deportivos del país, me preguntaba si en algo estaba México a nivel mundial. Yo le dije, y lo afirmo, que sí existe ese algo: el arte. Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco, Juan Rulfo, Frida Kahlo, Alejandro González Iñárritu, Rufino Tamayo, Gabriel Orozco, Octavio Paz, Luis Barragán, son todos artistas a la par de cualquiera en sus respectivas ramas del arte. Con el rock mexicano la cosa se dificulta, porque la infraestructura necesaria simplemente no existe. No hay disqueras, auditorios, representantes, industria, radiodifusoras, ¡público! para el rock de calidad. Y los músicos no pueden vivir de su arte. Muchas veces no tienen instrumentos, no pueden pagar las horas de estudio, no pueden estudiar música y mantenerse al mismo tiempo. Y sin embargo, la capacidad, la imaginación, el poder creativo está a la par de cualquier otro país. Obviamente ante un panorama tan pobre, los músicos de calidad son pocos. Sin embargo, existen.
Pero, ¿hay un estilo, una voz propia, un rasgo distintivo del rock mexicano? Cada que me lo pregunto, me viene a la mente Bonzo, de Jaime López. No sé por qué. O mejor dicho, tendría que analizar por qué. Si, como dije, la obra de López es impresionante, Bonzo es de las canciones más impactantes de todas. Es increíble la originalidad de su fondo y forma, la cima de imaginación que significa escoger el monje bonzo como símbolo para crear esta inmensa ironía hacia la vida formal de pareja. ¿Cómo se explica una ocurrencia así? Simple y sencillamente una genialidad. Pero, además, Bonzo ejemplifica lo mejor de la imaginación rockera mexicana, y a lo largo de esta lista hemos podido ver varios ejemplos de ello. Mi teoría es que el arte mexicano se caracteriza por el manejo de la elipsis, aspecto que he subrayado mucho en este blog, por ser de vital importancia para la calidad del arte. De hecho, en la época del Boom latinoamericano en literatura, el impacto de las obras del subcontinente se debía a que los escritores no le daban todo digerido al lector como solía ocurrir en Europa, sino que se creaba a través de la sutileza, la sugerencia, el manejo de la tensión, la idea de que lo más importante del significado de la obra está en lo que no se dice, etc. El impacto resultó inmenso, casi insólito. Y ese rasgo lo compartían prácticamente todas las ramas del arte. Quizá por primera vez, Latinoamérica estaba a la vanguardia del arte. Creo que mucho de eso permanece. Desde mi punto de vista, es el rasgo distintivo del arte latinoamericano. Y quizá por su herencia histórica, por la idiosincrasia nacida del sincretismo colonial, por clima, por diversidad territorial, etc., en México ese rasgo es aún más fuerte, cuando hablamos de arte auténtico (lo comercial se caracteriza por todo lo contrario). Así, obras como Pedro Páramo de Juan Rulfo o Farabeuf de Salvador Elizondo resultan muy complejas para una mentalidad acostumbrada a lo fácil, a lo digerible, al best-seller simplón y soso. Y creo que esa es la gran característica de Bonzo, una canción en que claramente es lo no dicho lo que más significa, y que obliga a un esfuerzo interpretativo, a una exigencia analítica. Al uso de la inteligencia. Pero como no todo el mundo la tiene, por eso irrita a muchos, y pasa desapercibida para la mayoría, que en lugar de buscar una mejoría intelectual, se limitan a hablar de elitismo. Nada más ramplón. Así, cuando el rockero se asume como artista, deja de limitar su quehacer a rocanrolitos monótonos de tres acordes (a los que se puede acudir como recurso si lo exige el tema, pero no como sistema), y busca una mayor experimentación sonora y letrística, como ya hemos señalado repetidamente.
En Bonzo, Jaime López se exige la elipsis máxima, pero con palabras tradicionales, salvo la gran estocada del bonzo. Ya en otras canciones ha tratado el tema del agotamiento de la relación amorosa, como en El seguramente y Las caricias de un extraño. Pero en Bonzo la incomunicación ha llegado al límite, al ridículo, y la indiferencia, la falta de pasión, o más bien, la falta de respuesta ante una mínima pasión silenciosa, permiten esta visión sarcástica, ácida. El ardor interno y callado ha vuelto un bonzo al protagonista, pero también a su mundo de electrodomésticos y bostezos, hasta que todo se incendia, en un ardor que parece satirizar Las metamorfosis de Ovidio, o mejor aún, la de Kafka, pero en un juego doméstico y risible, a nivel simbólico del matrimonio tradicional, insípido y agotado. Todo en tres estrofas juguetonas, pero muy amargas al final, seguramente por la inserción de la palabra “seria”: bonzo, que rompe con las enumeraciones aparentemente cándidas, y que remarca como una bomba la profundidad escondida de la letra. Pese a que lo hemos calificado como su sello, pocas veces en la historia del rock mexicano se ha alcanzado tal manejo de humor y trascendencia al mismo tiempo. La calidad estilística e inteligencia de Jaime López alcanzan aquí su punto más alto.
La música de Bonzo es curiosa, una especie de parodia sutilísima del estilo de guitarra sola arpegiada de la trova y el Canto nuevo, pero incorporando una segunda de adorno al principio, y fundamentada en acordes extraños, como el último, el que cierra la canción, de una disonancia notable (me refiero a la versión del disco 1ª calle de la Soledad, porque la otra, más antigua, de un disco de 45 rpm, es más rápida y con más instrumentos). La elección de este arreglo más simple es atinada, sobre todo si lo pensamos como parte de la totalidad del disco, donde Bonzo actúa como cierre, más calmo y hondo. Además, la voz de López aquí cumple perfectamente su función dual, humorística y profunda, acorde con el contraste que define las estrofas.
Por todo ello, Bonzo no es sólo una muestra del nivel artístico que alcanza el rock mexicano, sino una representación viva del estilo definitorio, idiosincrásico del arte nacional. Y no sólo expone la máxima calidad de Jaime López, sino que se trata de una verdadera obra maestra del ingenio, la originalidad y el dominio de los recursos lingüísticos y poéticos.